—Fui a los bosques porque quería… Quería…
Respira.
—Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia.
—Los bosques, el encanto de la naturaleza.
¿Pero por qué no se puede callar la puta boca? O sea, joder, por qué tiene que compartir su pensamiento absurdo. ¿Por qué no se calla y sigue barriendo? Como si no tuviera suficiente. Como si pensar en esto ahora no fuera ya bastante y como si la milla verde no mereciera su respeto. Ni puto caso.
—Quería vivir a conciencia y sacarle todo el meollo a la vida.
—El «meollo» a la vida. Oye: eso es profundo.
—Pero vamos a ver, ¿me puedes dejar tranquilo con mis bosques y mis mierdas?
—¿Tus «mierdas»? ¡Lo has dicho tú, eh!
Mis mierdas, en efecto. Mis últimas mierdas. Mis últimos pensamientos. El mediocre postre de una mediocre última cena. Cuánto daño ha hecho Hollywood en el imaginario. Ni entrecots, ni filet mignons, ni tarta de arándanos esperando… Una hamburguesa «suelo de zapatilla» y, para más cojones, fría como abrazo de suegra.
—Dejar de lado…
Bahj. Profesor Keating: que te jodan a ti también. Total, ¿qué fue de Robin Williams? Ahí está, diciéndoles a los gusanos a los que da de comer: “yo soy Pagliacci”. A la mierda. Fui a los bosques… Pero ¿a qué bosque voy a ir yo? ¿Al gran Wyoming y su «Old Faithfull»? Si no tengo ni pasaporte. ¿Qué cadenas voy a romper yo a estas alturas, aquí sentado, esperando el final? Ya es tarde, muy tarde. Ya no puedo. El pescado está vendido, no queda lana que cardar ni tela que cortar, hace tiempo que salió el último tren, la suerte está echada. Ya cantó la gorda.
—¿De dónde viene esa fijación con los bosques, chico? ¿Sabes lo que te espera al otro lado de esa puerta?
Si no nos separasen estos barrotes se lo explicaría gustoso…
—No respondes, pero veo que asientes, así que parece que al menos eso lo tienes claro. Piensa que no es tan grave y que siempre podría ser peor: mira dónde he acabado yo.
—¿Te cambias por mí?
—¡Oh, no! ¡Ni de broma!
—Entonces, ¿qué hablas, viejo? Cállate y sigue barriendo. Déjame en paz y respeta mis últimos minutos.
Mis últimos minutos. ¿Cómo he podido llegar aquí? ¿Cómo he sido tan cobarde? ¿Cómo he podido cagarla de este modo? El jodido hilo de Ariadna…
«Cuando uno toma conciencia del misterio de la existencia y no lo entiende, pero por pura sinceridad y coherencia interior necesita respuestas hasta el dolor, entonces uno encuentra su dorado y maravilloso hilo de Ariadna».
Lo malo de esto es que yo no soy Teseo y no soy capaz de salir del laberinto por la puerta grande. A duras penas lo haré por el sumidero. Comprender ahora el motivo que me ha llevado a esta jaula no sirve de nada. ¿Redención? ¿Iluminación? A estas alturas solo queda el merecido castigo post-crimen, aunque, muy a mi pesar, yo no iré a Siberia ocho años ni tengo Sonia que me ladre. Todo termina hoy. Todo acaba cuando atraviese esa puerta.
—Como quieras, muchacho. Solo intentaba ayudarte a aliviar los nervios. Llevo mucho tiempo aquí y no eres la primera persona que veo temblando en esa silla.
—¿Y les das a todos el mismo coñazo?
Eso es, sonríe, cabrón. Sabe mejor que nadie cuánta razón tengo.
—Aunque no lo creas, algunos llevan muy mal la espera y agradecen algo de charla.
—¿Cómo te llamas, viejo?
—¡Vaya! Eso sí que es una novedad.
—¿Me vas a decir que te pasas media vida hablando y dando por culo y nunca te presentas a la gente?
—Digamos que los que estáis aquí no le dais demasiada importancia a los formalismos. Me llamo Dante.
—Qué apropiado.
Otra vez con la misma maldita sonrisa sardónica.
—¿Y tú, chico?
—No te lo vas a creer: Jacobo.
—Bonito nombre.
¿Bonito nombre? ¿En la que posiblemente sea la mayor sincronicidad de su vida lo único que tiene que decir es «bonito nombre»? Normal que te pases la vida barriendo, «papá».
—¿Qué has hecho, hijo?
Encima me sueltas un hijo sin siquiera saber… bahj.
—¿A qué te refieres? ¿Es a eso?
Ya que ha preguntado podría dejar de contemplar la puerta como un bobo y mirarme a los ojos.
—Malas influencias.
¿Pero por qué se ríe? Si no tiene ni la más remota idea de lo que hablo, ¿por qué cojones se ríe?
—Lo mejor, imagino, es que ya se acaba todo. Aunque dicen que lo importante es el viaje y no el destino, de estar en tu pellejo yo querría que pasara el trago lo antes posible.
—¿Qué más da? Al final siempre llega el final y es para todos igual.
—¡Eso rima! Deberías usarlo. Bueno, creo que se acerca tu momento y querrás concentrarte, así que mejor me despido. Mucha suerte, Jacobo.
—Gracias, Dante.
Hablando se me ha pasado completamente la noción del tiempo… Y yo quería… Quería romper el yugo, ir a los bosques, olvidarme de todo, ir hacia allí una última vez, a esa cabaña salvaje, disparar a papá. Ya no puedo. El tiempo se acaba. Canta la gorda. Se baja el telón. Un paso, otro, un paso, el abismo y después, otro más. El frío pasillo. El ruido de gente al otro lado, esperando en el matadero, anhelando la carnaza de una fiesta en la que han invertido años, esfuerzos y partos. El pomo, helado. Y el ruido… ese insoportable y asqueroso ruido de gente bebiendo, comiendo y esperando. Los brillos, los focos, las risas, las miradas de ilusión por un futuro impuesto que se abre… y ningún atisbo de tristeza por todos los que allí se cierran. El momento, primero deseado, luego temido, finalmente odiado. Y yo, tan ridículo por fuera, con este birrete, como por dentro, con el yugo en el cuello y un discurso de agradecimiento cargado de buenas palabras al que le faltan todas las lágrimas y todas las balas.