Decir que Ray Bradbury (L.A./E.E.U.U. Agosto 1920 - Junio 2012) es uno de los escritores más influyentes en el género de la ciencia ficción merced a sus obras Fahrenheir 451 o, la que me trae hoy aquí, Crónicas Marcianas no es decir gran cosa. Cualquier aficionado lo debe tener como referente junto a otros escritores tan ilustres como Clarke, Wells o Huxley. ¿En qué se diferencia, a mi modo de ver, este escritor, con respecto a esta lista de miembros del pabellón de la fama? En su lírica. En la forma casi poética de narrar que se manifiesta en todo su esplendor en Crónicas Marcianas.
Anuncia con tristeza y con desengaño - se refiere al autor - la futura expansión del linaje humano sobre el planeta rojo, que su profecía nos revela como un desierto de vaga arena azul, con ruinas de ciudades ajedrezadas y ocasos amarillos y antiguos barcos para andar por la arena.
Jorge Luis Borges (Prólogo de Crónicas marcianas)
Escrito en 1950 y con el reflejo del comienzo de la sociedad del bienestar, Bradbury utilizará la arena roja de Marte para construir una serie de relatos que, a pesar de no llevar (apenas) una línea argumental común, buscan construir el contexto de la conquista de Marte bajo una serie de perspectivas diferentes.
Las páginas destilan melancolía y nostalgia por un futuro que sabe a pasado, que huele a pasado y que se siente como pasado, a pesar de que la idea de colonizar Marte debería, a priori, significar un salto cualitativo para la especie humana y un avance que supusiera otro enfoque.
¿El causante? El mismo ser humano y su vacío sentido de trascendencia, inmutable con el paso de los siglos. Bradbury usará a la extinta civilización marciana como si se tratara del retrato invertido de Dorian Gray, como lo que debimos llegar a ser y no fuimos. Como el testigo molesto de las motivaciones del hombre en su intento de escribir la historia.
La poesía que destilan las líneas cada vez que se bosquejan las respuestas a las grandes preguntas del hombre (quiénes somos y adónde vamos) es algo difícil de encontrar en ninguna otra obra de su tiempo.
Llegar hasta aquí y recomendar su lectura de forma explícita parece innecesario pero aún así lo haré: si no has leído este libro, hazlo. Nunca es demasiado tarde para enamorarse de nuevo por primera vez.
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