Aunque el último post de mi querido Stephen King era tan sucinto como difícil de contextualizar si uno no está al corriente del “impeachment” a Donald Trump, la verdad es que me ha servido para recordar un tema muy curioso que, al hablarlo con gente muy diversa, he descubierto que no solo no está claro sino que permanece tan rodeado de controversia como hace más de cincuenta años.
El Whitewash es un término con muchas acepciones, usado desde 1591 en Inglaterra para describir la mano de pintura que se usaba para cubrir y esconder desperfectos de cualquier tipo de superficies. Utilizado también para glorificar resultados de la guerra en dictaduras o regimenes totalitaros al significado al que me referiré aquí es al que se usa para describir la omisión de figuras Afro-americanas en favor de una visión más globalmente aceptada.
En concreto, me referiré a su aplicación en el mundo del arte y, especificando más, en una figura histórica como la de la reina del Antiguo Egipto, Cleopatra VII y su representación en el mundo del cine.
Comenzando directos al centro de la diana: no es posible demostrar el origen étnico de Cleopatra. Dicho esto, y antes de continuar, sería interesante dibujar a la reina en nuestra mente. ¿Cómo es? ¿Theda Bara en 1917? ¿Claudette Colbert en 1934? ¿Elizabeth Taylor en la película de 1963? ¿Amanda Barrie en “Cuidado con Cleopatra” en 1964? ¿Jane Lapotaire en 1981? ¿Leonor Varela en 1999? ¿Lyndsay Marshal en 2007 en la serie “Roma” de HBO? Personalmente en mi cabeza siempre viene el dibujo de la película de animación “Astérix y Obélix en Egipto” que fue la primera vez que tuve oportunidad de verla. En cualquier caso puede que a estas alturas ya te hayas dado cuenta de lo que tienen en común todas estas actrices: son blancas de piel.
Retomando la premisa inicial, no ha sido posible aún corroborar 100% el origen étnico de una de las reinas más memorables de la historia. Sin embargo, hay muchos estudios bastante sesudos y con una importante base científica que garantizan que Cleopatra en realidad era negra. ¡Sorpresa! Puede que este sea un detalle sin importancia pero el hecho de que aún a día de hoy se siga dibujando la imagen de una reina blanca de piel cuando aquello no era lo común en el Epipto de los faraones. Resulta peculiar como algunas artistas actuales como Beyonce, han reivindicado la figura de la Cleopatra negra y cada vez más voces con ella sin que, en realidad, nada cambie en el imaginario colectivo hasta el punto de que si tuviéramos que apostar el color de piel de la próxima Cleopatra del cine, lo lógico sería apostarlo todo a blanco.
No es el objetivo de este post entrar en aspectos políticos más allá de cómo los tentáculos del racismo son capaces de extenderse hasta el nivel de transformar la historia y de, en pleno siglo XXI, seguir haciéndolo.
Hoy en día que es cada vez menos anecdótico hablar del primer James Bond negro (que ahora puede que sea mujer, da igual la raza), del “pistolero” Roland Deschain, negro, que acabamos de ver a un Dr. Manhattan negro, y que hemos incluso visto a un Dios negro en forma de Morgan Freeman, es también sumamente paradójica la corriente de oposición que estas decisiones han generado, molestando a miles de cinéfilos de todo el mundo y desatando corrientes de “hate” por decisiones que “alteraban” la historia. Sin revelar mi opinión al respecto, solamente me preguntaré en alto qué pueden sentir todos aquellos que se han sentido marginados, no ya con un personaje de un cómic, sino con relevantes figuras históricas. ¿Es tan importante? Debe serlo si se sigue insistiendo en ello y, como conclusión, me remitiré a la entrevista que le hicieron una vez a Morgan Freeman, donde le preguntaban por qué no defendía el día de la comunidad negra y él explicaba que aquello era una tontería ya que no había día de la comunidad blanca, ni judía. Para él, la mejor forma de acabar con el racismo es ignorarlo y no hablar de él, no darle relevancia, no darle voz. Imagine all the people...
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