Es 2007 y el futuro no es como yo quería. Llegué a los bosques, pero no a los de mi mapa. Se me ha roto la brújula y he acabado en Espoo. Busco a los ewooks, pero aquí todo el mundo me habla de un tal Kimi, de Alvar Aalto y de Sibelius. Y ya.
—Fui a los bosques porque quería…
Dejo de escribir, no tengo tiempo. Las obligaciones del erasmus me reclaman, porque yo he sido imbécil y yo no me he ido de orgasmus, me he ido de erasmus y tengo que trabajar.
—Buenos días, Kimi.
Joder, otra vez la he cagado. Pobre Heikki. Más rubio que el sol y más majo que las pesetas, que diría mi abuela, siempre me sonríe con bondad. Llama tú a un Carlos en España Eustaquio a ver qué pasa. Bueno, a un jefe digo. Bueno, al profesor que controla una de las cátedras más potentes del mundo. A ver si se ríe igual que más-rubio-que-el-sol-y-más-majo-que-las-pesetas-Heikki.
—Porque quería…
Me digo y no lo arranco, mientras espero dos minutos en la parada. Son los mismos ciento veinte segundos que comparto cada día con la misma chica que siempre sonríe a mis zapatos. Tardo poco en darme cuenta de que es el saludo finlandés, pero no sé corresponderlo.
—¡Yo soy es-pa-ñol, es-pa-ñol, es-pa-ñol! ¡Yo soy…
El ruido de los borrachos que vuelven a casa aturde igual que el de una ambulancia de madrugada, aniquilando la estampa, untándola de mierda.
—«Oscuras horas que mezclan, al borra-cho y al ma-druga-dor» —Canturreo. Pero eso no es mío, me castigo. Da igual que sea de mi paisano, no es mío. Tú a lo tuyo, me repito, no pierdas el tiempo. A talar árboles.
Así que me pongo a talar. La verdad es que no sé cómo llevo una semana ahí, que parece la NASA.
—Pero qué suerte tienes, cabrón.
—Esa flor en el culo, ¡madrileño! Ya la tuviera yo.
Que sí, que a mí me pagan por hacer el proyecto y a vosotros no, pero claro, vosotros no le dijisteis a Heikki que si a los finlandeses les pagan, que por qué a mí no.
—A los erasmus no les pagamos.
—¿Por qué no?
Y vuelve su sonrisa, que ahora es pícara y me sorprende. ¿Tú también doblas el codo, Heikki, o aquí qué pasa?
—Los erasmus, no os comprometéis.
Mis cojones que no, Heikki, que pienso y no le digo, porque, claro, yo necesito el dinero. Su sonrisa busca una complicidad que no va a encontrar en mil vidas.
—¿El finlandés que más se compromete? —le pregunto enarcando una ceja, como si fuera Carlos Sobera y se estuviera jugando todo sin comodines—. Pues yo me lo voy a currar cincuenta veces más, Heikki —Resoplo por dentro mientras sujeto al Kimmi que a punto está de boicotear el negocio.
Heikki me mira y me dice: ¿sabes qué? Te creo. Así que, ¿dónde está la flor, gilipollas? Aprieto los puños. ¿Es esto rabia?
Son las siete y trece, a y quince pasa, así que me toca deslizarme. Porque en invierno, en Finlandia no caminas, te deslizas.
—Curso básico para sobrevivir sobre el hielo. Nos hemos apuntado. Anímate, madrileño, que estás todo el día currando. Está lleno de pibones.
A ver si os enteráis todos de que soy madrileño de Jaén, aceitunero altivo, pregunta mi alma de quién…
—¿Pero tú nos estás escuchando o ya estás en Babia? ¡Lleno de pibones! Y bueno, dicen que te enseñan a caminar también.
Grito a todo pulmón desde la quietud de Babia: yo ya he estado en la nieve, gilipollas. Lo pienso, no lo digo, que una cosa es ser asocial y otra cosa es que te den de lado por ser tú mismo. Yo ya he viajado al Broad Peak, al Cho Oyu, al Dhaulagiri. ¿Sigo con los otros once? Bueno, que no he viajado, pero como si lo hubiera hecho. Mi mente está en esos catorce y, algún día, estas botas de… Y me miro los zapatos. Y me miro el traje. Y aprieto los puños. Que nadie me tiene que explicar a mí cómo caminar por el hielo para no caerme, vamos, que soy el primo de Gimli, el cuñado de Gloin. Fiuuuum ¡Zas! Antes lo dices… y otra borracha que se acaba de estampar.
—Es Berta, joder… ¡se ha partido un diente!
Pues no es otra borracha, es la de siempre. Y ya nadie se extraña, porque Berta vuelve de parranda y siempre se fostia, y porque no es el primer diente español que se queda clavado en la acera.
—Nos vamos de farra, madrileño, hoy no nos fallas. Hoy te vienes, cabrón.
—Que sí, que sí.
Que sí, que sí, que sí que os den por culo. Que yo tengo que ir a casa a escuchar llorar a mi madre, y cuando acabe, aguantar los cuernos que me ha regalado mi novia por mi cumpleaños que para eso estamos en Noviembre y esto son las Noches Blancas. El erasmus, que ya me lo habían avisado, que de orgasmus no tiene nada, y eso ya lo aviso yo.
Y hoy, que por fin se me han hinchado los cojones, es cuando digo «hasta aquí». Gracias, Facebook. Porque antes se podían llevar los cuernos con dignidad, pero ahora el puto Facebook te convierte en el tonto del pueblo. Y eso sí que no, que uno tiene su orgullo. Con una mano cojo nuestros siete años con tus fotos, con tus cartas, tus patadas y las burlas de tu padre y con la otra la botella de tequila.
—Pero, madrileño, que aquí lo barato es el vodka, ¿qué haces con eso?
—¿Y me lo dices tú, catalán, con un gin-tonic en la mano?
Ja-ja y jo-jo, los puños apretados, y con todo el equipo de fútbol mirándome agarro un cubo de metal y les digo que hasta luego, Lucas, que me voy a meterme en el cuadro. No entiendo que sea solo yo quien lo vea y solo yo quien lo disfrute. ¿O esto en realidad se sufre? El Báltico, el bosque y las ocas, que ya se fueron, pero que no se llevaron el eco de sus graznidos. Y yo con-mi-yo con-mi Ballan-tines. Bueno, es Herradura, lo siento Doble V. El discman que no falte. Y me meto en el cuadro, lo que más tarde llamarán realidad aumentada, donde el tiempo se detiene, donde no corre el viento. Donde el agua se para.
Escupo. No sé ni que hago bebiendo si a mí no me gusta el alcohol. Pero soy un flipado y para ir de ritual unos caballitos no pueden faltar. Fumar no, eso ni de coña, y mira que siempre queda bien en la foto. Pero como esta es mi foto, y de nadie más, puedo ahorrarme el cigarrillo. Lo que no ahorro es tequila, que sabe a culo de mono por muy caro que sea, y lleno medio cubo. Y claro, las fotos son un barco, el Titanic no se hunde y el mejunje no prende ni a hostias. Menos mal que he traído alcohol de las heridas, como lo llama ella. Bum. Aparece la pira. Adiós, Silvia. Adiós, hija de la gran puta.
Son las siete y trece y allí está la chica rubia sonriendo a mis zapatos. Siempre pienso en escribirle una nota, pegarla en el empeine e invitarla a salir así, y luego digo, «pero sí tú no has ligado en tu vida a lo James Dean, ¿vas a empezar con esa muñequita de porcelana?». Porque las finlandesas son todas muñecas de porcelana. De porcelana dura, eso sí, no de la china. Pero qué guapas, pero qué belleza, como la del cuadro, como la del Báltico. Esa belleza melancólica, esa belleza triste. Tan pura, tan fría.
—Hoy no te escapas, aunque salgas de traje, madrileño.
Pues nada, hoy no me escapo. Son las cuatro de la tarde, fin de la jornada. Llegamos al downtown, y un tío también de traje, que me saca veinte años y muchos ceros en la cuenta, cae de bruces contra el suelo. Como un tronco. Como los que talo cada día. American Psycho mal. Los españoles ríen, los finlandeses giran la cara.
—Menudos cabrones, ¡nadie lo levanta!
¿Sabes lo que es la vergüenza, gilipollas? Peor, ¿la vergüenza reflejada? Esos puños…
Nos metemos en la discoteca. Chunda-chunda industrial. ¿Es esto música?
—Un vergel, madrileño. ¡Un vergel! Nos dejan entrar porque vas de traje. Coño, a ver si te estrenas que ya no tienes excusa. ¡No me vengas con lutos!
—Que sí, que sí.
Se van a pedir y cuando llegan a la barra yo los miro, de lejos, y me quiero ir corriendo cuando se derrumba la primera muñeca. La primera siempre impresiona, eso es así. La porcelana, cayendo a plomo desde la silla alta de la barra, como los troncos que yo talo, estampándose contra el suelo sin rebotar y sin romperse, porque no es de la china, es de la dura.
—Joder, ¡son las cinco y ya van tostadas!
—Beben como los tíos, ¡es increíble!
—¡Más fácil caerán!
—No, si fácil caen.
Ja-ja y jo-jo y los venga, vamos, madrileño, esa cobertura, no nos falles, que eres el base de los Lakers. Que no, que no.
Tengo suerte, llega una manada de gacelas y las hienas salen disparadas detrás sin acordarse de mí. Traiciono a Kevin Costner y regreso al fuerte con calcetines. Dejo la copa que me han vuelto a regalar y salgo a la oscuridad de la noche. Son las seis de la tar. De la no. De la madrugada, yo qué sé, puto frío. Noches Blancas, Dostoievski, nos vemos luego, Rodión. Paseo por las calles de otro cuadro, uno de luces de ciudad. Me deslizo por el hielo.
—Estará preguntándose dónde estoy… Me habrá llamado y se habrá puesto peor, pero ya no llego.
Escucho la algarabía. Reniego de la bandera y de la patria, y apostato del cocido, la paella y el gazpacho. Regateo el ruido, metiéndome por calles que son todas iguales y acabo en el puerto. Joder con el frío. Y la iglesia de Rocky. A ver si un día subo las escaleras corriendo y me echo de una vez la puta foto. Y los cristales… Porque yo solo soy yo cuando estoy solo, y cuando estoy solo, a veces me da por llorar, de higos a brevas, eso sí, que para eso soy un machote. Pero aquí todo es muy distinto. Me siento un astronauta de la pena. «Esto es un gran paso para…». Aquí no caen las lágrimas. Aquí caen cristales. Pesan. Aquí no se puede rodar Blade Runner.
Y voy a casa y me meto en el Facebook, y me borro, yo no quiero esa mierda. Y abro el Messenger, porque soy así, un incoherente, aunque todavía no lo sepa. Nadie conectado. Miro por la ventana y suspiro. Observo el mar de verde. El bosque que no es mi bosque. ¿Dónde están los ewooks?
Cojo un post-it. ¿Y qué le digo? Pruebo un par de veces pero el pegajo no se aguanta en los cordones. Es por el puto frío, y eso que estoy en mi cuarto. Soy ingeniero, ¿no? Doblo, corto, y zas, encuentro el mecanismo. Porque de antenas ni idea, pero sigo siendo el rey de las chapuzas. ¿Y qué le digo? Mañana lo pienso.
Las siete y trece y ella no está. Normal, con lo guapa que es. Pues no, hoy llega tarde, qué raro. Lleva a un borracho del brazo, ah, claro. Ella va mirándole los zapatos, que por enrrollarte con un español tampoco dejas de ser finlandesa. Tuerzo el morro y me sonrío por dentro. El catalán no me ha visto.
—No te preocupes. Piensa en las pelis que nos gustan. En las de Clint —Mi hermana sabe, que para eso nacieron el mismo día ella y Clint—. ¿Cómo está siempre el prota? Solo. Como mucho tiene un perro. Tú siempre has querido un perro.
—¿Has hablado con mamá?
—No… pero es que… ella solo quiere hablar contigo —Ya—. ¿Has pensado si vas a aceptar el doctorado? Eso no se lo ofrecen a nadie y menos ahí. Menos a un erasmus. Es para estar orgulloso.
Yo no lo estoy, pero mañana pensaré si sigo talando. Me voy quedando dormido mientras repito un mantra del que desaparecen poco a poco las palabras, como si alguien me estuviera robando mis tablas de la ley cuando no miro.
—Fui a los bosques porque quería…
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