Este es el primer capítulo de mi libro CNTRL.
Espero que te guste y que me comentes lo que te parece.
Capítulo 1
La redacción bullía en lo que parecía ser un día sin fin desde que diez meses atrás dimitiera de su cargo el cuadragésimo noveno presidente de la república. Aunque muchos medios calificaron aquella retirada como forzada, sugiriendo un complot tras el inesperado y abrupto giro político que el líder había tomado en sus últimos momentos, ese no fue el caso de aquel periódico que siempre había intentado vivir ajeno a cualquier tipo de sensacionalismo. Si las razones tuvieron un tinte oscuro o no, lo único que la población supo de manera oficial sobre la insólita salida es que se había justificado por un problema de salud del que no se dieron muchos detalles y del que no había tampoco por qué recelar a pesar de la ausencia de declaraciones al respecto o de un discurso de despedida. Cuando el vicepresidente, que pasó a ser presidente en funciones, dimitió también sin que se hubiera cumplido ni siquiera un mes desde su nombramiento y tan solo unos días después de que, de un modo sorprendente, respaldara la insólita actitud crítica de su predecesor justo antes de que decidiera salirse de escena, la estupefacción general provocó que casi todos los medios comenzaran a hacerse eco de enrevesadas teorías conspirativas. Si bien la mayoría eran auténticos disparates alimentados por las declaraciones de los miembros de la oposición, para lo único que sirvieron fue para entretener al público durante unas semanas hablando de la vida privada de los dos expresidentes. Su partido, históricamente caracterizado por contar con un claro sesgo conservador, llevaba algo más de diecinueve años asentado en el poder de forma estable y seguía siendo el claro favorito para repetir mandato, según todas las encuestas, en las elecciones que tendrían lugar en algo más de seis meses. Aquella nueva dimisión provocaría unas elecciones anticipadas y una campaña marcada por las preguntas sin respuesta sobre las dos recientes, a la par que extrañas, defunciones políticas. A pesar del ruido y de la agresividad, tanto de sus rivales como de los medios afines a estos, a nadie le sorprendió que el nuevo candidato del partido conservador lograse la presidencia por una amplia mayoría basándose en un discurso que apelaba a los valores tradicionales que los dos hombres del momento habían puesto en duda con sus inexplicables últimas declaraciones.
La crisis interna que habían originado ambos presidentes cuestionando la dirección política, no solo del partido sino de todo el país, al reivindicar enérgicamente la ecología como nuevo pilar y eje de cualquier decisión futura, declarar una persecución sin tregua a todo tipo de corrupción o anunciar un paquete de medidas sociales sin precedentes, fue rápidamente acallada por múltiples declaraciones que se dedicaron a dar un sentido distinto a las palabras que ambos expresidentes manifestaron en sus últimas apariciones públicas. El aspecto más demagógico y siniestro de la política se hizo presente entonces para hablar y tratar de convencer a la población sobre el significado de la ecología en su partido y en el futuro de la nación, la importancia capital que esta tenía en sus medidas fundamentales, sobre la notable disminución de la corrupción desde que aquel partido tomase el poder o sobre la irresponsabilidad de hacer frente a las iniciativas sociales mencionadas. Palabras vacías. Algunos periódicos con una línea editorial tendenciosamente progresista quisieron castigar aquel ejercicio de hipocresía para con los ciudadanos, provocando el contragolpe inmediato de los medios del bando contrario en la eterna guerra que libraban. La objetividad e imparcialidad al servicio de la nación se habían ido juntas de viaje hacía muchos años y nadie las esperaba ya, aunque quizás lo peor fuera no ya que nadie las reclamase, sino que directamente nadie se acordara de ellas. Política y periodismo, dos actividades cuya esencia era el servicio público, perdidas en la búsqueda del relato y de la convicción a cualquier precio, incluida la mentira. Pero esto no era algo nuevo ni mucho menos sorprendente, y la población estaba acostumbrada a participar como un espectador de lujo, dormida, hastiada, dejándose seducir por los discursos que les entretuvieran a cada momento aun siendo el control de su opinión el objetivo principal.
Cuando a las pocas semanas de jurar su cargo el nuevo presidente anunció una rueda de prensa no planificada para transmitir un “importante mensaje” y compartir su “nueva visión sobre el futuro de la humanidad”, las alarmas se dispararon y todo el mundo que tuvo la oportunidad de verlo en la cuenta oficial de presidencia quedó estupefacto. La sorpresa fue aún mayor al comprobar que en menos de una hora cualquier rastro del anuncio en las redes sociales había desaparecido como si de una broma de mal gusto se tratase. El público nunca tuvo constancia de que los principales medios de comunicación del país habían sido contactados por el gobierno para solicitar que ningún periodista le diera relevancia al tema ni publicase noticia alguna sobre aquello, alegando motivos de estado y de seguridad nacional. El asunto se silenció tan rápido de cara a la opinión pública que, aunque la mayoría de periodistas habían sido testigos del singular suceso, la gran mayoría de gente no fue consciente en modo alguno de ello. Lo que todo el mundo sí vio fue cómo, a unas prudenciales dos semanas de completo aislamiento público, el portavoz del partido informaba en rueda de prensa extraordinaria de que el presidente dimitía del cargo de manera irrevocable por motivos personales que no fueron revelados y que él mismo se despediría de la ciudadanía más adelante. Aunque esa despedida no llegaría nunca, tampoco nadie insistió en ella cuando pasados unos meses y tras la designación de un nuevo presidente en funciones todo volviera a la normalidad. La búsqueda de la verdad detrás de aquella secuencia de extraños sucesos dejó de ser una prohibición enmascarada del gobierno para quedar enterrada bajo la imparable ola de la actualidad que barrió cualquier deseo de información. Ese era el signo de los tiempos, una incesante lluvia de estímulos que hacía obsoleto cualquier tema en cuestión de horas. Muchas veces, incluso de minutos. Ni siquiera la muerte del primero de aquellos tres presidentes reavivó ningún debate puesto que los motivos de salud por los cuales abandonara el cargo jamás se hicieron públicos. Prácticamente todos los medios ensalzaron una vida dedicada a su labor política y obviaron cualquier mención a aquellos extraños últimos momentos que pudieran inducir la pérdida de la razón fruto de los estragos de una desconocida enfermedad. La verdad quedaba supeditada a honrar la memoria de un hombre de estado que, dejando de lado las ideologías, había sido ante todo un político íntegro en sus más de cuarenta años de carrera.
El bullicio instalado en la redacción en los últimos meses dio paso de nuevo a la familiar rutina y el murmullo de agitación ante lo inexplicable mudó al típico ruido de la frenética actividad de un periódico en las horas previas al cierre de edición. En este escenario, Roland Sou garrapateaba trazos y palabras sin sentido en un viejo cuaderno, reclinado sobre su escritorio y haciendo tiempo hasta la hora de cierre. Había terminado su artículo durante la mañana y no tenía nada que hacer. Otro día en la oficina. Inmerso en sus pensamientos, un brusco empujón le sobresaltó haciéndole tirar su taza de café al suelo.
—¡Que te duermes, Sou!
—Vete a tomar por culo, Renan —respondió irritado tras dar un respingo—. ¿No tienes que escribir alguna gilipollez de las tuyas con las que corromper las mentes de los pobres incautos que tienen el mal gusto de leerte?
—¡No te pongas así, muchacho! Deberías haber visto las bromas que se gastaban a los periodistas que se quedaban dormidos en mis tiempos. Eso sí que te enfadaría de verdad. Pagaría por verlo.
El viejo periodista se agachó con la dificultad impuesta por una generosa barriga y recogió la taza mientras se reía con sorna de aquel joven con cara malhumorada.
—No dormía, estaba esperando al cierre —respondió Sou mientras ayudaba a incorporarse a su compañero.
—¿Ya terminaste tu artículo de hoy? ¡Madre mía con la prisa de la juventud! Dudo que fueras tan rápido escribiendo sobre actualidad política. Menudo chollo tenéis los de la sección de cultura. Cualquier día pido el cambio y así podré rascarme las pelotas o echarme una siesta antes del cierre sin tener al jefe respirando en mi cogote— dijo con una risita traviesa.
—Te acogeremos con los brazos abiertos, aunque dudo que disfrutases tanto como escribiendo sobre tu adorado partido —replicó el joven a la vez que empapaba unas servilletas sobre el charco de café en una moqueta cuyas manchas de todo tipo contaban una historia escrita durante años de trabajo incesante.
—Soy periodista, chaval. Que la alternativa sea una completa basura no me hace adorador de nadie —dijo Renan con tono serio, ofendido de que aquel joven cuestionase su imparcialidad.
—¿No son todos una basura?
—Hasta en el infierno hay clases, muchacho. No lo olvides.
—¿Acaso vas a decirme que el presidente y su partido no están manchados de mierda hasta las cejas? Estoy cansado de que el argumento definitivo sea siempre mirar el váter del vecino en vez de la mierda del tuyo —le respondió Sou mientras recogía las servilletas y las tiraba a la papelera junto a su mesa.
—Y para señalar mi incoherencia, uso un argumento incoherente, claro. Les acusas de estar manchados de mierda, pero soy yo quien mira el váter del vecino.
—No, Renan. Lo que te digo es que para mí no hay clases en el infierno y que yo no defiendo a nadie. Son todos de la misma calaña. Son dos váteres llenos de mierda.
—Bueno, bueno, no nos enfademos. Tampoco tenemos que estar de acuerdo, ¿no?
—Supongo que no. Desde luego no seré yo quien intente convencerte de nada. Ya tienes a la realidad cada día para eso. Sin ir más lejos, ¿qué fue de todo aquel asunto sobre las dimisiones? ¿En qué quedó aquello? ¿O piensas decirme que eso no huele mal?
Renan le observó asintiendo mientras contemplaba la ventana durante un segundo.
—Muchacho, la verdad es que eso huele fatal y no se me ocurre ni pensar en rebatirlo. Lo peor es que ni siquiera nosotros sabemos absolutamente nada de ello.
—Un amigo me dijo que conoce a uno de la policía científica que le contó que lo de la enfermedad era mentira. Que Meyers se suicidó.
—¿No se había suicidado a causa de la enfermedad? —replicó con ironía—. El amigo del amigo de un vecino que le dijo a mi portera… Ya sabes cómo sigue. No deberíamos caer en toda esa montaña de chorradas conspiranoicas sin sentido solo porque suenen interesantes. Si nosotros empezamos a dudar de todo, hasta de esas cosas, le estaríamos haciendo flaco favor a nuestra profesión —reflexionó Renan.
—¿Pero no deberíamos hacer precisamente eso, compañero? ¿No debemos dudar de todo hasta encontrar la verdad? —replicó Sou.
—Claro. Pero dudar hasta de la propia duda hace que uno viva en un monólogo de Shakespeare aunque, en este caso, me temo que sería en uno sin sentido muy lejos del gran Hamlet. No puedo negarte que todo ese asunto de los tres presidentes es algo sobre lo que no sabemos la verdad, pero de ahí a hablar de conspiraciones alienígenas hay un paso que yo no pienso dar.
—Qué más da. A nadie parece importarle un carajo ya todo eso. Y menos con nuevas elecciones en dos meses.
—Ley de vida, chico. El tiempo no se detiene y, por mucha mierda que haya ahí escondida, la verdad es que hay cosas más importantes ahora mismo.
—Esa es la trampa. Siempre aparecerá algo más importante que haga olvidar lo anterior y así pasa lo que pasa mientras nuestro país se va al garete. Elecciones. Porque claro, no podían aguantar con un presidente en funciones el resto de la legislatura y hacernos tragar con ello. Nueva campaña, un sinfín de noticias, informativos… Al menos el nuevo partido verde promete un poco de novedad por lo poco que he oído.
—¿Esos comunistas de mierda? —respondió verdaderamente irritado Renan—. Lo que nos faltaba ahora mismo con toda la inestabilidad política y la crisis que se nos viene. Un “comeplantas” en pañales del que nadie sabía nada hace dos días que canta las maravillas de vivir en el campo. Novedad, sí. ¡Ja! Siempre tiene que haber algún idiota populista dando un discurso contracorriente para completar el cuadro. ¿O acaso te crees que estos no buscan lo mismo? ¡Conseguir un escaño y vivir del cuento a costa de todos nosotros engañando a quien sea, eso es lo que buscan!
—La verdad es que no sigo atentamente la actualidad política, pero he oído que tiene bastantes seguidores.
—Cuatro capullos —dijo Renan—. Cuatro capullos sin trabajo que se creen que vamos a dejar las fábricas para irnos a plantar zanahorias.
—Ya me contarás qué te parece el candidato cuando lo entrevistes.
—¿Kine? Te lo puedo decir ya: un payaso. Y eso que ni siquiera ha empezado la campaña. Lo he calado mucho antes.
—¿Cuándo te ves con él?
—La semana que viene.
—Pagaría por verlo —dijo Sou mientras se reía con efusividad.
—¿Por qué no vienes conmigo? —le retó, irritado, el experimentado periodista—. Así podrás comprobar de primera mano que este viejo sabueso podrá tener muchas cosas jodidas, pero la nariz es algo que no le falla.
—Me encantaría, pero dudo que el jefe me dé permiso.
—Que le den al jefe. Yo puedo llevar a quien quiera de asistente. Asegúrate de tener tu artículo listo antes de que salgamos el próximo martes, y en vez de echarte la siesta podrás aprender un poco de periodismo.
—¿Por qué no? —dijo Sou sorprendido de sus propias ganas ante aquel disparate improvisado—. Sinceramente, la política me importa un bledo, pero la idea de ver cómo reaccionas ante lo que diga este tipo se me antoja bastante divertida. Trato hecho.
—Trato hecho, Sou. No te rajes. Ahora déjame un ratito que no todos tenemos la suerte de haber terminado el trabajo para hoy. ¡Pringao! —le gritó a modo de despedida antes de tirar el portalápices sobre la mesa y salir corriendo por el pasillo, riendo como un niño pequeño después de una travesura.
—Trato hecho, capullo —dijo Sou suspirando al mismo tiempo que recogía la mesa y miraba el reloj en la pared frontal encima del enorme logo del periódico.
Todavía quedaba una aburrida hora y media hasta el cierre.
—Necesito un hobby —dijo el joven en voz alta mientras se sentaba en su silla y cogía de nuevo el viejo cuaderno para retomar sus garabatos.
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